Había una vez un muchacho, el primero en todo; mejor atleta, mejor estudiante, pero nunca supo si era buen hijo, un buen compañero, un buen amigo o un buen novio. En un día de depresión el muchacho se dejó morir, cuando iba camino al cielo se encontró con un ángel y este le preguntó:
- ¿Por qué lo hiciste si sabías que todos te querían?
El muchacho respondió:
- Hay veces que vale más una sola palabra de consuelo que todo lo que se siente. En todo el tiempo de mi vida, nunca escuché: Estoy orgulloso de ti, gracias por ser mi amigo, ni siquiera un “te quiero” de la persona que más amé.
El ángel se quedó pensativo y el muchacho agregó:
- ¿Y sabes qué es lo que más duele?
El ángel triste le preguntó:
- ¿Qué?
Y el muchacho le respondió:
- ¡Que todavía espero escucharlo algún día!
El ángel abrazó al muchacho y le dijo:
- No te preocupes, pronto conocerás a la única persona que siempre te dijo al oído que te amaba, pero que tú nunca escuchaste.
Existen momentos en los que nos gustaría mucho ayudar a quienes amamos, pero no podemos hacer nada: o las circunstancias no permiten que nos aproximemos, o la persona permanece cerrada ante cualquier gesto de solidaridad y apoyo. Entonces, sólo nos resta el amor.
En los momentos en que todo es inútil, aún podemos amar, sin esperar recompensas, o agradecimientos. Si conseguimos actuar de esta manera, la energía del amor empieza a transformar el universo que nos rodea. Como dice Henry Drummond: “El tiempo no transforma al hombre. El poder de la voluntad no transforma al hombre. Lo transforma el amor”.
Tamara López
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